Raudo, salvo, negro, azabache, volaste por sobre las cabezas.
Limpio, terso, suave y fresco, color radiante, opaco brillante, resplandor deslumbrante, mas sobre quien señoreaste por cuanto sueño atrás dejaste, no te quisiste acordar.
En el seno de la deidad, fue forjado al calor del fuego de la prueba el semblante, acero, plata, oro, irradiante dicotomía entre orgullo y plasticidad, fragilidad de quienes algún día entre sus manos te tuvieren.
Indomable deseo intrínseco en las blancas alas que por gracia logradas fueron hasta la perfección. Jamás tu brazo diste a torcer ante las impetuosas masas de oscuro parecer, la indolente presencia parecía renacer. Blanco, plata, negro, raso, azabache, oro, fuego, viento, marea, frenesí de las incontenibles aguas azotadas por el viento incapaz de no gritar libertad en cada respiro. Tomaste de la tierra el abrazo de las raíces sedientas por la lluvia venidera, alzaste vuelo, abriste las alas para entregarte al viento, que ni aun con su poder en la tempestad fue capaz de arrancar una lágrima de tus ojos.
Raudo y firme vuelas y señoreas sobre el terreno ante la mirada indómita de quien no pudo ir mas profundo en tus ojos, incapaz de penetrar en la profundidad hacia desconocidos mundos ocultos tras el tapiz de la retina gris del alba, celeste del día, carmesí de la tarde, azul de la noche. Libérame por tan solo un momento del encanto de tu ser y continua tu vuelo en busca de quienes jamás te vieron nacer, arboleda suave de calor paterno, bajo tu mirada soporto el crudo invierno.


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